Historias

Ninashpa, cerámicas en Santiago del Estero

Ninashpa: la oportunidad de la tierra en las familias de Santiago del Estero

Por: Lina Salas Ramírez Coordinadora de Comunicaciones Estratégicas CREAS lina@creas.org Ninashpa es en lengua quichua la unión de tierra y fuego. Ninashpa eligió llamarse en 2021 un grupo productivo de mujeres que elaboran cerámicas en Santiago del Estero, entre las Comisiones Municipales de Bandera Bajada, La Invernada y Vaca Huañuna. Es una de las iniciativas que hemos apoyado con nuestro Fondo de Pequeños Proyectos de CREAS. La historia de Ninashpa es, para mí, un poema de resistencia; una bella muestra de nuestra naturaleza humana y la organización femenina; creativa y colectiva. “En el año 2019, veinte personas de parajes rurales de Santiago del Estero y otras veinte de otras provincias del país (Santa Fe, Córdoba, Tucumán, Buenos Aires) realizamos un Campamento de trabajo productivo que giraba en torno al armado de huertas agroecológicas familiares. Lamentablemente el tiempo fue muy lluvioso esos días y poco se pudo hacer en las huertas. Pero esa dificultad abrió paso a una gran posibilidad que pudimos visualizar esos días: Nos acompañaba en el campamento Celina Veloteri, compañera ceramista de la Fundación EPyCA. Al tomar esos días contacto con el barro que estaba por todos lados, Celina se dio cuenta que con ese barro podíamos trabajar piezas de cerámica. Cerramos ese campamento con el horizonte de empezar a aprovechar esta oportunidad. En el año 2019 tuvimos nuevamente la visita de Celina Veloteri, esta vez para un campamento para comenzar el proyecto productivo de cerámica. Construimos el primer horno en Vaca Huañuna, comenzamos a aprender la técnica y dimos los primeros pasos en la producción. En octubre del año 2020, junto con la pandemia, tomó nueva fuerza el impulso del 2019. En varias zonas nos congregamos mujeres para aprender la técnica, construimos varios hornos de cerámica en Invernada Sur (2), Río Muerto (1) y El Cruce (1) y con el acompañamiento virtual de Celina fuimos aprendiendo más de este oficio”. Actualmente Ninashpa tiene 8 hornos que han elaborado las mismas mujeres, con sus manos, desde 2018, en parajes como Invernada Sur, Vaca Huañuna, Río Muerto, El Cruce, Santos Lugares y Anca Overa. Así están repartidos los grupos: El Cruce: Alicia, de 57 años; Micaela (su hija de 26) e Irma de 61. Vaca: Salma de 54, Patricia de 25, y Marisa. Río Muerto: Demetria en los 50, Cecilia 25. Invernada Sur: Eusebia, Florencia, María y Estela, todas entre 55 y 60 años. Santos Lugares: Cristian y Abel, y su hijo Edmundo con su esposa Estela. Una familia completa. Anca Overa: Sulema, Mario, Mercedes, y su familia extendida también apoya. Lucindo es otro compañero. Los hornos congregan a las familias y congregan a las comunidades, el viaje más largo que se hacen cuando se reúnen es entre El Cruce y Santos Lugares, movilizándose alrededor de 100 km (y entre una hora y media y dos de camino) que en algunos casos deben hacer en moto, dependiendo del presupuesto. Por este mismo motivo, se han decidido a producir en sus propios hornos (evitando exponer la cerámica a golpes) y se reúnen, eso sí, para continuar reforzando sus vínculos y construyendo su colectivo de manera horizontal: “Líderes somos todas, cuando nos surge algo nos juntamos a definirlo. Con Ninashpa buscamos volver a las tradiciones que heredamos. En nuestra zona era muy común que se hicieran vasijas para el agua y aunque la costumbre se había perdido, ahora todas lo hemos vuelto a hacer y quienes no las tienen, las quieren y están por tenerlas. Mientras yo hago mi vasija, hablo con mis compañeras, les explico y ellas me explican también. Intercambiamos ideas y entonces a alguna le sale un molde o una forma. Ninashpa es la lucha por mejorar como mujeres nuestra calidad de vida. En la zona hay pocas opciones laborales más que el trabajo en la propia huerta o con los animales en casa. También surgen trabajos de construcción en algunos casos y de carpintería, pero quisiéramos que se redujera la tala de árboles, aunque necesitamos trabajar. Algunas de las mujeres de nuestro grupo tienen jubilación, algunas tienen algún pequeño negocio, y para ellas también tiene un significado muy importante como lo tuvo para mí que me dedicaba a la casa y ahora estoy enfocada en mi proyecto productivo. Nos recreamos, aprendemos, creamos y vendemos lo que obtenemos de esa misma tierra que cuidamos”. Alicia Yñíguez, El Cruce. El proyecto empezó siendo labor de las madres, las tías, las abuelas. Los hombres ayudaban en tareas específicas como construir los hornos o conducir los vehículos cuando debían trasladarse, y los/as más jóvenes solían quedarse muy al margen, ayudando en tareas aisladas que se les pedían directamente. “Al vernos trabajar a nosotros en un principio nos miraban como que no les gustaba mucho”, me dijo Alicia. Esto lo quise saber de los mismos hijos y se lo pregunté a Micaela, quien había estado tímida en todo el encuentro y me dio la bonita sorpresa de una voz contundente y clara. “Nosotros no nos queríamos ensuciar tanto. Al principio yo lo veía como algo que no me gustaba. Empecé haciendo el trabajo más leve para ensuciarme lo menos posible; al menos lo digo desde mi experiencia. Después, al ver el trabajo, el cansancio, a mi mamá con las tareas más pesados, empecé a ayudarla un poco más y ahora ya me ensucio (risas). Sin ningún problema lo hago y voy aprendiendo más. Antes hacía más que nada decoración y arreglos porque es lo que más me gusta hacer. Soy profesora de pintura y dibujo así que veo un poco de mi arte en la cerámica”. – Micaela Son 25 las mujeres de Ninashpa pero alrededor de 1.500 las personas (varones y mujeres jóvenes y adultas) a las que alcanza indirectamente este proyecto: familias y amigos, compradores, personas de las comunidades. Es fascinante ver a la madre hablar de la oportunidad que surgió de la tierra misma y a la hija sentarse con ella en la misma banca, en un abrazo seguro, para hablarme juntas del impacto que esto ha tenido

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Mujeres creciendo en San Miguel, Argentina

El Centro Comunitario Creciendo está ubicado en el barrio San Ambrosio en San Miguel, provincia de Buenos Aires, donde las mujeres han tenido un papel fundamental en la conformación del barrio y del centro. Con la pandemia y el impacto que ha tenido en la vida cotidiana, en especial de las mujeres quienes se han encargado mayoritariamente de las tareas de cuidado, al centro comunitario empezaron a llegar casos de violencia doméstica y se hizo más evidente la violencia económica que han sufrido las mujeres que acuden allí. Por lo anterior, Anabella Coronel, Daniela Del Valle, y Anahí Rojas, tres de las quince mujeres que trabajan en el centro comunitario emprendieron la iniciativa “Kuña Kacuáa” que quiere decir “mujer creciendo” en guaraní, idioma originario de muchas de las familias que integran el barrio. Esta iniciativa busca brindar a través de un espacio recreativo, herramientas para reflexionar y repensar el rol de las mujeres y la crianza y desnaturalizar todo tipo de violencias hacía las mujeres.  “Desde el arte, el teatro, la meditación y el trabajo social podemos hablar sobre lo que nos atraviesa como mujeres” expresó Anabella. Según las talleristas, uno de los principales retos para enfrentar fue el tiempo disponible de las mujeres para participar en las actividades propuestas, pues a pesar de buscar un horario en el que creían que las mujeres del barrio iban a poder participar, se encontraron que justo los sábados son los días que dedican más tiempo a las tareas de cuidado de sus familias. Además, vieron la necesidad de sensibilizar primero a las mujeres que trabajan en el centro comunitario antes de salir a motivar a las mujeres del barrio. “Fue necesario empezar a trabajar desde adentro con las compañeras y con nosotras mismas porque también somos mujeres y a veces replicamos lo mismo que está afuera”  dijo Daniela quien es profesora de teatro, “cuando sana una sanamos todas, el conocernos entre nosotras como equipo nos sirvió para entender que todas venimos con una historia, que llegamos a este espacio que es un centro comunitario que está en un barrio buscando sanar y cambiar un poco la cotidianidad de las mujeres y las niñas, porque me veo reflejada en ellas” añadió. Reconocer y contar su propia historia fue fundamental para después poder hacer el acompañamiento que las mujeres del barrio necesitan y para poder prevenir las violencias “fue fundamental poder compartir nuestras situaciones de violencia anteriores y empezar a hablar sobre cómo las hemos vivido, ha hecho que ya no me duela y no me da vergüenza contar sobre esta realidad, porque entendí que no me ha pasado a mí sola. Es lo que no queremos replicar como sociedad y queremos que las mujeres se sientan acompañadas para salir de estas situaciones y queremos formar niños y varones que no repliquen violencias” expresó Anahí. “El apoyo de CREAS nos posicionó desde otro lado, llegó en el momento justo para trabajar el empoderamiento de las mujeres que hacemos parte del centro y de las que apoyamos en el barrio. Hay un antes y un después del Centro Comunitario Creciendo con Kuña Kacuáa” contó Anabella. A propósito del Día de la eliminación de las violencias contra las mujeres y las niñas, la semana del 18 al 25 de noviembre, mujeres e infantes del centro comunitario participaron en actividades de sensibilización sobre el tema. Juntas y juntos elaboraron un mural donde expresaron sus pensamientos, aprendizajes y proyecciones para una sociedad libre de violencias.

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“No se sientan solas, aquí estamos para salir juntas adelante”: Emprendedoras Virgen de Itatí

Myriam Alejandra Barraza, es jefa de hogar, salió de Santiago del Éstero (Argentina), buscando oportunidades de empleo para sostener a su familia. Es así como llegó al barrio Virgen de Itatí, una villa de emergencia, en el conurbano Buenos Aires. Allí conoció a muchas mujeres en su misma situación, con quienes intercambió saberes en artesanía y repostería, e impulsó la conformación de la Feria de Emprendedoras Virgen de Itatí, conformada por 14 mujeres, que se definen como “un grupo de mujeres emprendedoras manualistas, artesanas y gastronómicas, jefas de hogar” Myriam expresa “Nos dedicamos a producir de manera autogestiva, creemos que la mejor manera de reducir la desigualdad es a través del trabajo y constancia en la producción de nuestros productos. Desde 2010 nos venimos organizando y participando en pequeñas ferias barriales o municipales allí comercializamos nuestros productos para poder sostener nuestros hogares.” Cada mujer tiene su propio emprendimiento, algunas tejen, otras hacen repostería o manualidades. Juntas, como grupo de emprendedoras,  participan de distintas ferias en Capital Federal y el Gran Buenos Aires. Con el tiempo, el grupo ha ido creciendo y así también la posibilidad de participar en más ferias de emprendedoras lo que demanda mejor equipamiento. Con el apoyo del Fondo de pequeños proyectos de CREAS, las emprendedoras lograron adquirir las herramientas para responder a la demanda de las ferias, incrementando su participación con mejor presentación y visibilidad aumentando así sus ingresos.  Las ferias representan su único ingreso, con esto se sostienen a sí mismas y a sus familias. Rosaura Andiñach,  responsable de Procesos comunitarios en CREAS expresó «Entendemos el apoyo a la Feria de emprendedoras Virgen de Itatí como una contribución a la autonomía económica de este grupo de mujeres. La justicia económica, el acceso a la producción y a la generación de ingresos propios se han vuelto elementos fundamentales para pensar el empoderamiento de las mujeres y el fin de las violencias. Ese es el sentido que desde el Fondo de pequeños proyectos, queremos darle a este tipo de apoyos» “En el grupo y en el barrio sabemos de mujeres que han sufrido distintos tipos de violencia y creen que no pueden salir adelante sin el apoyo económico del maltratador. Queremos hacerles saber que no están solas y estamos nosotras para poder contenerlas, además de un equipo profesional para enseñarles que, con sus propias manos pueden salir adelante” afirma Myriam. Las emprendedoras de Itatí están haciendo gestiones para obtener un lugar propio, un local para la venta diaria, donde exponer sus productos y capacitar a más mujeres en distintos oficios. “Nosotras distribuimos solidariamente nuestros ingresos y el trabajo para apoyarnos colectivamente, esta es nuestra manera de hacer una economía social y popular que sea sustentable y sostenible para el grupo” concluyó la emprendedora.

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Diaconía por la seguridad alimentaria en el Chaco

Castelli es una localidad de la provincia de Chaco, Argentina, ubicada a 1600 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. Hace parte de la zona del Impenetrable chaqueño, una zona que presenta grandes sequías a lo largo del año que han ido aumentando con el cambio climático. La pandemia del COVID19 hizo más evidentes las dificultades de las familias de la zona, el acceso al agua, la seguridad alimentaria, la falta de conectividad o incluso de energía eléctrica. Una persona habitante de Castelli, debe caminar entre seis y diez kilómetros para tener acceso a agua potable para regar su huerta o consumir alimentos. Según la Federación Junta Unida de Misiones, las familias de Castelli son, en su mayoría, familias extensas que habitan un mismo terreno durante tres generaciones. Con la pandemia su situación económica se vio seriamente afectada, ya que muchas de estas familias viven de changas que hacen fuera de su territorio. Dentro de las familias son los y las jóvenes quienes han estado más vulnerables a las problemáticas de la zona y muchos de ellos no tienen un proyecto de vida personal. Por esto, la Junta Unida de Misiones con el apoyo de CREAS, desarrolló el Proyecto de Vida Familiar y Vida Sana Frente al Covid 19 que buscó promover través de la creación de huertas familiares, la construcción de proyectos de vida con espacios de formación virtual y presencial sobre seguridad alimentaria, liderazgo, roles y tareas para el mejoramiento de la dinámica y la economía familiar. El proyecto se enfocó en el acompañamiento a las familias porque desde ahí se llega a las personas jóvenes y la niñez. Las capacitaciones a las familias se hicieron con el apoyo del INTA  y del municipio Castelli. Además, a las familias se les brindaron herramientas de agricultura y semillas para la construcción de las huertas. Carlos Mansilla, joven estudiante de secundario que hace parte del proyecto, contó “hemos aprendido a no desperdiciar cosas como la cáscara de alimentos que no sabíamos que era buena para las huertas y las empezamos a utilizar. Con la huerta ha cambiado la salud de mi familia, el gusto de la comida. Trabajamos mi sobrina y yo, yo le he enseñado a ella a trabajarla cuando yo no estoy, nos vamos turnando” En un inicio el proyecto se planteó llegar a 20 familias de la zona, sin embargo, gracias al entusiasmo y réplica de los y las  jóvenes de la comunidad, se han sumado más jóvenes con sus familias y ahora son 30 las huertas hay en el territorio. De acuerdo con Raúl Romero, coordinador de la JUM “Los y las jóvenes son los que más han estado implicados con las huertas, que han mejorado el peso y la nutrición de las y los niños de las familias que participan en esta iniciativa” “Con la huerta en nuestra casa ahorramos. Al producir nuestros alimentos en casa los tenemos frescos todos los días y no tenemos que ir a buscarlos en otro lugar. En un principio trabajaba yo en la huerta y mi familia se inspiró y empezaron a hacer sus propias huertas” es el testimonio de Sonia Gómez, una de las jóvenes beneficiarias del proyecto, que evidencia cómo la creación de las huertas ha transformado su entorno familiar y  asegurado una alimentación sana. Desde CREAS buscamos apoyar proyectos que contribuyan al cuidado de la Casa Común, la seguridad alimentaria, la justicia social y una mejor calidad de vida para las comunidades. Rosaura Andiñach, responsable de Procesos Comunitarios en CREAS, expresó “El proyecto con la JUM responde a la necesidad de ofrecerle alternativas a los jóvenes en situación de vulnerabilidad social en un contexto en el que además la comunidad requiere iniciativas que refuercen su seguridad alimentaria. Desde el Fondo de Pequeños Proyectos encontramos muy valioso contribuir a estos procesos que abordan varias problemáticas comunitarias con propuestas integradoras”.

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Jóvenes de fe en accion por trabajos decentes y economías conscientes

El pasado sábado 13 y domingo 14 de noviembre tuvo lugar el Encuentro regional: Juventud trabajo decente y economías conscientes. En el evento híbrido participaron 60 jóvenes de distintas denominaciones cristianas, que estuvieron interconectados desde cuatro ciudades de latinoamérica, San Pedro Sula, Honduras; Managua, Nicaragua; Lima, Perú; Cali y Bogotá, Colombia. El espacio de encuentro buscó propiciar la escucha y el análisis de la juventud sobre la situación de trabajo actual y cómo proyectan alternativas económicas para construir una sociedad con menos desigualdades.  El encuentro Juventud, trabajo y economías conscientes fue el primer paso para la creación de una comunidad práctica de jóvenes latinoamericanos, cercanos a CREAS, que desde la inspiración de su fe proyectan y socializan servicios locales y regionales en línea con la construcción de paz y el desarrollo sostenible. Para abrir el evento, Luis Andrés Caicedo, Obispo de la Iglesia Metodista Colombiana, hizo una reflexión sobre la Carta a Filemón e invitó a los y las jóvenes participantes a ser «Comunidades de esperanza , haciendo resistencia a los poderes que se ciernen sobre las personas más vulnerables». José Óscar Henao, presentó Ecoalaene, una comunidad impulsada por CREAS, Pidesone y Fundación cambio democrático que propone contribuir a la construcción de conocimientos para una economía real, ética y sostenible, mediante las experiencias y el diálogo entre la juventud de América Latina. En su presentación también brindó a las personas participantes conceptos claves para la reflexión como el de Economías conscientes.  Por otro lado, Christian Varela, economista miembro Economía de Francisco, contó de cómo surgió la iniciativa, el proceso que ha generado y los proyectos que han surgido. Christian invitó a la juventud a repensar la economía a partir de los bienes comunes, como principio de la Economía de Francisco. Desde Cali, Martín Nates menonita y director de Justapaz, Colombia habló sobre situación laboral actual, la precariedad, formas de contratación actual especialmente en Colombia. Además, resaltó la importancia de la incidencia desde las iglesias y organizaciones, y la movilización social desde los territorios para hacer frente a las desigualdades.  Ranate Gierus, pastora asesora de justicia de género de la fundación luterana de diaconía brasil, dio a las y los jóvenes participantes el concepto de Economías feministas “El aspecto económico al que más se le debe poner atención es la vida” además señaló que “No podemos hablar de juventudes, no existe la juventud, existen juventudes diversas y plurales”. En el encuentro los y las jóvenes reunidos compartieron los desafíos que identificaron en el trabajo en grupo desde una perspectiva del modelo económico y las dificultades que les ha generado en su trabajo. Entre los principales desafíos que mencionaron todos los países reunidos están la falta de acceso a educación de calidad, el cambio climático y la violencia estructural. Además, ven como dificultad común en la región, la falta de garantías del Estado de brindar un trabajo digno enfocado en los derechos de los trabajadores y creen que el espacio de las iglesias es vital para la toma de decisiones de las personas de fe.  Las personas participantes del encuentro señalan que pudieron encontrar ideas creativas a partir del trabajo y escucha de los otros países. Desde Perú, Eloyza Gutierrez expresó “ahora con la convicción de fe y las enseñanzas recibidas, el cambio empieza por uno mismo hasta crear un mundo mejor para las futuras generaciones”. Natalia Márquez, de Colombia dijo “Espero que desde los distintos territorios cada una de las cosas aprendidas en este espacio podamos llevarlas a acciones concretas y provechosas para las juventudes”.  El evento fue organizado por organizaciones aliadas ecuménicas como CIETS, Justapaz, CASM y Alfalit Perú y sumados al llamado a la sinodalidad de la iglesia católica como oportunidad de profundización y evidencia de transformación del movimiento ecuménico en América Latina.   

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Foto: Huerta Grande

Juntas y juntos sembrando alimentos sanos y trabajo digno

Las y los habitantes del Paraje Piedra Blanca en la zona periférica de la ciudad de Córdoba en Argentina son en su mayoría inmigrantes de países limítrofes, especialmente de Bolivia, además son trabajadoras y trabajadores de la economía social y popular, por lo que tienen dificultad para acceder a seguridad social y sistema previsional.  En 2020, durante la cuarentena por la pandemia del COVID19 la comunidad tuvo problemas para adquirir alimentos pues el lugar no cuenta con verdulería ni expensa de alimentos y deben viajar hasta el barrio más cercano para obtenerlos. Por otro lado, la comunidad tampoco cuenta con acceso a agua potable y el pozo más cercano está a 150 metros. Es por esto que la Organización Huerta Grande -comunidad de fé de Córdoba- decidió, desde el año pasado, desarrollar huertas comunitarias para garantizar a las familias habitantes del paraje una alimentación sana y soberana.  Para llevar adelante esta iniciativa aplicó en junio de 2021 al apoyo del Fondo de pequeños proyectos de CREAS para desarrollar  Khuska Tapursunchis, que quiere decir “juntas y juntos sembraremos” en Quechua . El proyecto , que inició en junio de este año, buscó generar, a través de la producción agroecológica bajo invernadero, fuentes de trabajo digno e ingresos sustentables, provisión de alimentos sanos y el máximo aprovechamiento del agua para  la siembra de frutas y verduras.  Según la Huerta Grande con la siembra de los alimentos en invernadero y el sistema de recaptación de aguas lluvia se logró cubrir el 50% del agua necesaria para la producción agroecológica. Actualmente, el invernadero está en su etapa final de construcción. “Estamos terminando el invernadero, verlo materializado y saber que va a resolver la problemática de la falta de agua es muy satisfactorio” expresó, Paloma Tosini, una de las coordinadoras del proyecto.  Además del invernadero el proyecto contempló capacitaciones en técnicas de agricultura bajo cubierta, formación en valor nutricional y medicinal de los alimentos, trabajo comunitario, vida en comunidad y lectura popular de la biblia, y estrategias de venta para el comercio justo pues además de garantizar la seguridad alimentaria de las familias beneficiarias, se pretende que más adelante se puedan generar empleos dignos, a través de la comercialización de los producto cosechados. Khuska Tapursunchis, ha cambiado el entorno comunitario y actualmente aunque se enfrenta a desafíos como la organización de los tiempos de la comunidad y los de la naturaleza – pues hay un tiempo de siembra para cada producto- siguen capacitándose semanalmente junto a las 15 familias que participan del proyecto.  “Para CREAS es importante apoyar comunidades que están buscando respuestas colectivas y sostenibles .Las huertas comunitarias pueden ser una fuente de ingresos o de alimentos saludables para la comunidad. Un apoyo como este contribuye a la recuperación económica, el fortalecimiento de la comunidad y deja capacidades instaladas para su desarrollo” Rosaura Andiñach, procesos comunitarios de CREAS.   “Con el proyecto mejoraremos nuestra nutrición, nuestra calidad de vida. Cuando venimos acá cambiamos nuestra rutina, nos despejamos, hablamos con las vecinas que no nos vemos en la semana, y eso hace bien” dijo Dora, una de las participantes al preguntarle cómo el proyecto ha transformado su familia y la comunidad.  Con respecto a cómo ve el proyecto en el futuro Roxana dijo “Me imagino haciendo trueques con otros, con otras huertas. Por ejemplo, si nosotros producimos muchos tomates y otra huerta produjo mucha lechuga nos intercambiamos. Además, queremos vender otros productos que tenemos, los tejidos de Paulina, los huevos que producen las compañeras, acá en la misma comunidad y afuera”.   Con el proyecto, Huerta Grande, pretende su fortalecimiento y autonomía como organización a futuro y así continuar buscando estrategias y soluciones a otras problemáticas y necesidades que atraviesan los habitantes del paraje Piedra Grande.  

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