Por Jorge Javier Fernández Coordinador de Proyecto Respuesta Rápida y Mitigación de los Efectos de la Pandemia
Los Desastres, NO SON NATURALES, es una máxima que desde diferentes ámbitos públicos y privados una y otra vez tratamos de repetir cual mantra místico para que el concepto pueda debelar lo que encierra.
La acción humana en la naturaleza, en obras que “aportarán al desarrollo” no siempre cumplen su propósito, en ocasiones estas obras son las que intervienen en el territorio y generan desastres que se cobran vidas humanas, pérdidas cuantiosas de ecosistemas e infraestructuras locales y que ponen en jaque cómo se gobiernan los efectos de los desastres, cómo se gobierna una situación crítica que impacta en la vida de miles de personas.
La Reducción de Riesgos a Desastres implica que un conjunto de actores públicos se oriente en base a planes de desarrollo sostenible, involucrando a la sociedad civil y principalmente a las comunidades locales, pero estos factores no siempre se conjugan. Más allá del voluntarismo estos factores no siempre se conjugan positivamente, en ocasiones la legislación existe como base normativa, pero carece de recursos, en otras ocasiones los recursos existen, pero no se administran adecuadamente en tiempo y forma generando un impacto en aquello que debiera ocurrir y no ocurre.
Las amenazas siempre estarán latentes, la exposición a la que las comunidades se someten no siempre es visibilizada y la carencia de organización comunitaria impacta en la posibilidad de pasar revista a las capacidades locales, las vulnerabilidades preexistentes son el conjunto de elementos perfectos para incrementar el riesgo a la que las comunidades se ven expuestas cotidianamente.
Cuando un desastre ocurre quienes primero responden son las propias personas afectadas, en ocasiones sin preparación, sin recursos, tratando de sobreponerse al dolor de las pérdidas de vidas y de bienes. A partir de aquí se comienza a poner en marcha un engranaje de solidaridad desde las instituciones más cercanas, en muchos casos las Iglesias, las pequeñas congregaciones, que tratan de ayudar, de dar una mano con los brazos abiertos para sostener la vida y acoger compasivamente a quien sufre.
En las últimas décadas se han incrementado los desastres, se han incrementado las crisis derivadas del cambio climático, producto de la desigualdad y de las malas políticas publicas que no invierten lo suficiente en las acciones de prevención y preparación de las comunidades para hacer frente a un desastre y activar comportamientos más resilientes; se gastan millones de dólares en la respuesta humanitaria (la cual es siempre necesaria en función de los impactos) y pocos miles de dólares en la prevención y preparación.
En el ciclo de la gestión de riesgos la prevención y preparación son centrales para tener un menor impacto cuando un desastre ocurra, allí luego viene la etapa de respuesta humanitaria y reconstrucción (en sentido amplio) a veces de infraestructura, a veces de vida. Esta reconstrucción, cual recuperación implica planificar el desarrollo tratando de que se logren otras dinámicas de desarrollo más sostenibles, más viables, amigables con el medio ambiente, con inclusión social y sostenibilidad económica, también implica contar con sistemas de alertas tempranas y la máxima coordinación posible de los actores de la comunidad.
La reciente epidemia de COVID-19 nos ha dejado un conjunto de efectos que aún estamos aprendiendo a reconocer, en el actual contexto los incendios forestales dan un paisaje terrible, las escasas y repentinas inundaciones sorprenden cada vez más por su capacidad de daño, las sequías prolongadas y silenciosas se consumen la vida poco a poco, desnudando lo terrible de carecer de elementos básicos para la vida.
Frente a este panorama desde CREAS acompañamos a las organizaciones comunitarias y a las organizaciones basadas en la fe para poder incorporar estrategias de reducción de riesgo y de mejorar su capacidad de respuesta frente a los eventos que localmente se presentan, más allá de los aspectos técnicos promover la resiliencia personal y comunitaria junto con brindar un activa esperanza son nuestros rasgos distintivos para brindar una diaconía ecuménica, transformadora y profética para poder actuar sobre la realidad y decir más que nunca, LOS DESASTRES NO SON NATURALES.