“No dejar a nadie atrás”, como metáfora de un modelo de desarrollo ha pretendido aludir a dimensiones sociales, económicas y ecológicas medibles, que permiten considerar unas mínimas condiciones de vida para las comunidades humanas. Problemáticas como la pobreza, el hambre, la salud, la educación o la equidad de género, contempladas como parte de un modelo de desarrollo sostenible, son evidencia de una búsqueda de integración del desarrollo social como parte de la referencia fundamental para las políticas locales. La experiencia de la pandemia, con los agravamientos sociales, ha develado la férrea resistencia a considerar estas problemáticas fuera de la lógica de la prevalencia del capital, actitud que se puede calificar como enfermedad espiritual.
Salud y población vulnerable emergen en el relato bíblico de la enfermedad de Naamán en 2 Reyes 5. Se trata de una lepra por la cual la esclava le recomienda a su amo consultar al profeta Eliseo. La enfermedad del general sirio se convirtió en un problema de Estado y diplomático, pero además reflejó su propia enfermedad espiritual al enfrentar el problema de la salud con lógicas de poder, fuerza, orgullo y prepotencia como está sucediendo con el COVID-19. Si bien se puede considerar la enfermedad y la sanidad como eje del texto bíblico, la fe es el elemento de fondo. Su personificación está en el rol del profeta como guía de salud y de justicia, bajo las cuales sobresale su autoridad ética en el cuidado y la exhortación. La acción profética en este caso es el operador de un criterio de sanidad integral.
La salud integral ha sido una característica de la diaconía. La acción de servicio que se ha proyectado la fe cristiana se expresa en la comprensión y empatía con las personas y comunidades a quienes se sirve, lo cual representa un compromiso de la fe cristiana con el desarrollo social. Las acciones diacónicas con estos rasgos han sido fundamentadas en la consideración del ser humano como creación a imagen de Dios y en una vocación de compasión y justicia. Bajo esta perspectiva, se debe tener en cuenta un doble desafío de la diaconía en contexto de pandemia: por un lado, el tratamiento de la enfermedad espiritual que debe cambiar los esquemas de dominación por los de solidaridad y fraternidad; por otro lado, el mejoramiento de los sistemas de salud en una forma holística pues implica, entre tantas cosas, el tratamiento de la malnutrición, la seguridad alimentaria, el suministro de agua potable, la salud mental y el cubrimiento de los servicios de salud tan evidentemente correlacionados con el desarrollo social.
Jhon Martínez – Área de Religión y Desarrollo de CREAS
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