La Comunión Mundial de iglesias Reformadas ha dicho que la pandemia de COVID-19 es apocalíptica. No porque la asocie con el fin del mundo, con lo cual se asocia acríticamente el libro de Apocalipsis, sino porque revela, saca a la luz, una realidad más profunda que muchas veces no se ve o se trata de silenciar.
En ese sentido la forma en cómo esta pandemia ha impactado en los distintos países de la región depende de su condición previa y de los procesos que se estaban y están dando en ellos en lo económico, en lo político, en lo social, en la violencia de género, etc.
En el caso de Uruguay, la poca densidad poblacional, el contar con un sistema de salud robustecido, el haber impulsado rápidamente (13 de marzo) acciones de distanciamiento físico parece estar dando sus frutos. Vale señalar que esta medida tomada por el gobierno tuvo un amplio consenso político y social, lo que la hizo efectiva.
Esto marca una diferencia importante, si comparamos con otros países donde se ha utilizado las medidas de distanciamiento (y sus complicaciones) como herramienta política de construcción de poder y así quedaron debilitadas. Más aún con aquellos países de la región donde la negligencia de sus gobiernos han minimizado la pandemia, como es el caso de Brasil.
Pero, por otro lado, en medio de la pandemia el gobierno uruguayo envió al congreso una ley de urgente consideración que en realidad es la validación de un plan de gobierno. La pandemia y las medidas de distanciamiento físico hicieron que las observaciones, y cuestionamientos a muchas de las leyes metidas dentro de una sola ley transitaran sin mayor resistencia. Entonces aparece un segundo aspecto de la pandemia y es la utilización que se hace de esta vulnerabilidad para imponer programas, leyes y acciones que en un contexto “normal” hubiesen sido más resistidas y cuestionadas.
Un tercer aspecto que aparece son los efectos colaterales de la pandemia y su afectación a los sectores más empobrecidos. En el informe sobre COVID-19 en América Latina de la CEPAL se estima que el PIB de la región caerá en 9,1% y un aumento del desempleo en 5,4% con un aumento de la pobreza de 7,1%, llegando a 37,3% y un 4,5% de la pobreza extrema, alcanzo así 15,5%.[1]
El mismo informe de la CEPAL propone medidas de transferencia de ingresos hacia los sectores más vulnerabilizados y medidas de reactivación económica. Aquí el gobierno uruguayo muestra también una diferencia, en este caso negativa. En su insistencia de bajar el déficit presupuestario apuesta a un gran ajuste en todos los rubros. Contrariamente a los caminos elegidos por la Unión Europea, y otros países de la región, aquí no se apuesta a la dinamización de la economía por parte del estado sino al achique del gasto público. Las consecuencias de estas medidas son previsibles: disminución de la economía interna, menos inversión social y mayor inequidad distributiva.
Por estos tres aspectos señalados, podemos decir que la pandemia además de los estragos causados directamente en la salud, sólo ha recrudecido las injusticias e inequidades ya presentes. Es más, se ha convertido en una “posibilidad” para imponer bajas de salarios y recorte en las condiciones de trabajo.
Por eso no se trata de volver a la normalidad o a una nueva normalidad. No podemos olvidar que la “normalidad” facilitó que un virus animal salte al ser humano y posibilitó que la enfermedad se transforme en pandemia. Tampoco podemos olvidar que las vulnerabilidades existentes antes de la pandemia hicieron que el virus afectara diferentemente a las personas. El virus, como nuestras sociedades, también es injusto.
La vacuna puede ser la solución a la pandemia si se garantiza su distribución universal pero no será la solución a los problemas que ya existían antes y ahora se han agravado. Para eso hace falta construir nuevos modelos de desarrollo basados en la equidad y el cuidado antes que en la ganancia y la explotación.
Desde los distintos ámbitos deberemos trabajar para recrear nuevas formas de espiritualidad, de organización social, cultural y económica. Yo, como pastor me quedo pensando en la justicia económica y en la parábola de los “trabajadores de la viña” (Mateo 20:1-16) aquella donde tanto los que comienzan a trabajar temprano, como los que llegan al final reciben el salario necesario para vivir. Tal vez esa gracia divina pueda ser un buen motor para no volver a la normalidad sino para caminar hacia un futuro más justo, más bello.
Rev. Darío Barolín, Secretario General de la Alianza de Iglesias Presbiteriana y Reformadas de AméricaLatina – Aipral
[1]“Salud y economía: una convergencia necesaria para enfrentar el COVID-19 y retomar la senda hacia el desarrollo sostenible en América Latina y el Caribe”, pp. 8-9