noviembre 20, 2020

¡Sí importa! Sensibilidades pastorales en los tiempos del COVID19 – COLOMBIA

En términos biológicos el COVID-19 afecta a todo ser humano en forma diferencial, pero las condiciones culturales, las desigualdades sociales y la injusticia de género, hacen aún más dramáticos y extensivos los efectos del manejo de la pandemia y generan afectaciones asimétricas por estructuras históricas y culturales. En otras palabras, el COVID-19 no es la causa principal de los problemas de priorizados estos días, es solo el disparador de las consecuencias de una situación arraigada que en Colombia no se ha podido superar. Con la mirada en el texto bíblico, se puede decir que para el COVID-19 sí importa cuando una persona es afrodescendiente, migrante venezolano, indígena, pobre, vendedor informal, excombatiente, líder social, campesino, mujer o niña. Esto va en contravía de la proyección pastoral de la comunidad cristiana a la que se dirigía Pablo en Gálatas 3:28, en la que se plantea que, por la unidad de la comunidad generada por la fe en Cristo, “no importa”-n los condicionamientos que vienen por las segregaciones culturales, las rupturas sociales y las desigualdades de género. El problema es que, en Colombia frente al COVID19, sí importa-n y mucho. La sensibilidad global reclama la importancia de la vida y necesitamos traducirla a los problemas de segregación en Colombia. Las vidas negras importan, también las de familias venezolanas y las de las comunidades indígenas. Se tiene que decir porque en el país emergen relatos del sufrimiento de comunidades vulnerables entre tantos que no alcanzan la opinión pública. Por ejemplo, la historia de Anderson Arboleda, un líder negro de 24 años en una región del país azotada por la violencia, que muere a causa de una golpiza de la policía, conforme al relato de sus familiares. Esta historia se suma a los múltiples abusos de la policía. Otro ejemplo es la historia de Dayana Herrera, migrante venezolana y vendedora de dulces en el servicio público, quien llegó a Colombia con dos hijas de 14 y 10 años, un hijo de 3, su esposo y su padre quien murió por falta de atención médica por no cumplir trámites burocráticos. Un ejemplo muy triste fue la historia de Cristina Bautista, lideresa de la comunidad indígena Nasa y de la Iglesia Pentecostal Unida de Colombia, quien expresó, antes de ser asesinada, el sentir resumido de muchas personas en el país: “si nos callamos nos matan, si hablamos también, entonces, hablemos”. Foto: EL TIEMPO Las vidas de los habitantes de barrios pobres importan, también las de seres humanos que buscan el sostenimiento económico diario, las de individuos que entregaron sus armas creyendo en un proceso de paz, o las de líderes y lideresas que luchan por sus comunidades poniendo en riesgo su propia vida y la estabilidad de su familia. Las frías estadísticas demuestran que estas vidas en realidad no importan. Según cifras de la Universidad Nacional de Colombia debe asegurarse una renta básica para cubrir al 39,8% de personas en condición de vulnerabilidad, 19,8% de pobreza, 7,2% de pobreza extrema, o el 48,1% que viven de la informalidad. Según el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz ya son 200 excombatientes asesinados, firmantes del acuerdo de paz. La organización Somos Defensores documenta una lista de 442 líderes sociales asesinados desde la firma de dicho acuerdo en septiembre de 2016 a marzo de 2020. La vida de las mujeres y niñas sí importan, pero hay una sombra de duda en la realidad colombiana. Dos ejemplos, en primer lugar, Luz Esmilda Bernal, madre de cuatro hijos, se armó de valor para denunciar a su compañero sentimental, un individuo que la golpeaba y maltrataba sicológicamente, pero su valor le costó la muerte pues fue asesinada a balazos por ese delincuente. A junio, de 2020 ya son 99 mujeres asesinadas con el agravante de un contexto de pandemia. En segundo lugar, una niña de 12 años de la comunidad indígena Embera Chamí, fue violada por un grupo de militares en una zona rural. Esto último se suma al desenfoque de la operación de las fuerzas militares, de las cuales se ha documentado graves denuncias por perfilamientos varios personajes entre las cuales hay mujeres periodistas. Además de desenfocada, Colombia está terriblemente enferma y no solamente de COVID-19 con alrededor de ciento sesenta mil contagiados y seis mil muertos en cifras oficiales, en el momento de escribir este texto. Además, padece un trastorno que la ha llevado sistemáticamente a usar la demonización de los enfoques en poblaciones vulnerables, como herramienta política contra los esfuerzos por la construcción de paz. Ese trastorno la ha inducido a resguardar su conciencia abstrayendo las obvias y deliberadas agresiones a causa de segregación racial, clasismo social y desigualdad de género, trivializando esas vulnerabilidades en infames y simplistas opiniones sobre el sufrimiento común y complicaciones del destino. “La COVID-19 es clasista”, es el título de una de las tantas lecturas que dan cuenta de la devastación social de estos tiempos. En esa línea de pensamiento, se puede decir que la sociedad colombiana es racista, clasista y discriminadora. El tratamiento a una situación tan grave puede ser inspirado en una comprensión bíblico-pastoral, que, en el caso de Gálatas, desborda a la comunidad cristiana porque se constituye en una base para la exigencia de una sociedad justa e igualitaria. Es la esperanza y la fe depositada en Cristo, una inspiración a vivir modelos alternativos en las iglesias que puedan ser replicados en proyectos pastorales de diaconía que luchen contra la exclusión por factores étnicos, sociales y de género. Si Colombia se enfoca en eso, puede lograr su sueño de paz. Jhon Martínez, pastor colombiano, Área de Religión y Desarrollo de CREAS – Julio 2020.

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Iglesias ante los impactos y desafíos de la pandemia en la Amazonía

Por Obispa Marinez Bassotto, Obispa de la Diócesis Anglicana de Amazonía, Brasil. Según el sitio web APIB (Articulación de Pueblos Indígenas de Brasil), el 26 de octubre hubo 37.777 casos confirmados de Covid-19 entre indígenas, 862 indígenas murieron y 158 es el número de personas indígenas afectadas por Covid-19 hasta la fecha. El estado con mayor número de indígenas contagiados y también el mayor número de muertes del Amazonas. En las comunidades quilombolas de la región amazónica, según una investigación de la Universidad Federal de Amazonas (Ufam), la tasa de mortalidad de la enfermedad alcanza el 17%, mientras que el promedio mundial está entre el 0,9% y el 1,2%. Esto hace visible como el discurso irresponsable y el intento de minimizar las consecuencias del Covid-19, así como la falta de acción rápida, tienen un impacto directo en la vida de las comunidades más empobrecidas. Los datos anteriores denotan un proceso de necrolítica (política de muerte) que apunta a matar simbólica y físicamente a poblaciones vulnerables. Por si fuera poco, nos encontramos ahora a las puertas del juicio de Marco Temporal por parte del STF. Necesitamos más que nunca ser conscientes de que lo que está en juego es el reconocimiento o la negación del derecho a la tierra, que es el derecho más fundamental de los pueblos indígenas. Esta decisión tendrá un impacto en el futuro de cientos de poblaciones indígenas y puede dificultar aún más las demarcaciones, que son esenciales para la supervivencia de las poblaciones indígenas. Abordamos este juicio sabiendo que el silencio, las ironías, la intención de minimizar las consecuencias de un juicio favorable a la tesis defendida por los ruralistas, se configuran en una estrategia sistemática de un gobierno que defiende la flexibilidad de las leyes y pasa por alto la violencia resultante como invasiones y actividades ilícitas, el acaparamiento de tierras, la minería y la tala en tierras ahora protegidas. Como resultado de esta situación, el mundo está viendo cómo las llamas consumen parte del bosque que contiene la mayor diversidad biológica y cultural del planeta, así como la muerte de las poblaciones forestales. Captura de Pantalla 2020-11-03 a la(s) 18.35.46 Como Iglesia cristiana, incrustada en este suelo amazónico, la Iglesia Episcopal Anglicana de Brasil, a través de la Diócesis Anglicana de Amazonía, repudia esta situación de muerte, denuncia todas las actitudes de irrespeto socioambiental, y busca testimoniar en palabras y obras la experiencia del amor y búsqueda la vida plena para todas las personas según el mandato de Cristo. Por eso se solidariza con el dolor y sufrimiento de los pueblos de la Amazonía, siendo una presencia amiga y consoladora para las familias indígenas en duelo y para las comunidades en extrema vulnerabilidad. Y eso significa tener el coraje y la osadía de levantarse como voz profética en defensa de la vida y unir fuerzas para que se respeten los derechos de las poblaciones más vulnerables, así como acompañar a estas comunidades de manera amigable y solidaria. Ocurrió durante el funeral de un liderazgo indígena que murió por complicaciones del Covid-19 en las afueras de Manaus. El señor Paulino, de la etnia Karapãna, era miembro de otra iglesia y sus pastores se negaron a asistir a su familia y a su funeral debido a la distancia, ya que su cuerpo tendría que ser trasladado a su aldea para ser enterrado allí. En medio de la selva, ocho horas de viaje por el Río Negro hasta llegar al Río Cuieiras. Pero el hermano Luri Lima, anglicano de Manaos, lleno de ardor misionero, estaba listo para ir, a rezar con la familia del cacique fallecido, a consolarles y a ser signo de la presencia anglicana en ese lugar y en ese momento de tristeza. Encontrar y contemplar la vida divina en las profundidades de la realidad ,es una misión de esperanza, encomendada a anglicanas y anglicanos. La presencia y misión de la Diócesis Anglicana de la Amazonía nos hace comprender que la Amazonía es una tierra de sufrimiento y redención. Estar con el pueblo de Dios es una experiencia de seguir a Cristo que carga con la cruz, y eso significa que debemos abrirnos, con Él, a todo tipo de sed que aflige hoy a la humanidad. Cristo es el alimento por excelencia, la respuesta a toda hambre y sed. Es el pan de vida que, saciando al hambriento, lo une y lo pone en comunión. Nadie pasa hambre junto a Jesús, quien nos llama y nos envía a los más pobres: «¡Denles de comer!» (Lucas 9, 13). El 31 de agosto, la Comunidad Anglicana de Manaus, con la ayuda del Fondo Arzobispo de Canterbury, el intermediario del Servicio Anglicano de Diaconia (SADD) de la Iglesia Episcopal Anglicana de Brasil y el aporte logístico de la Diócesis Anglicana de Amazonía, realizó la entrega de canastas de alimentos básicos a familias indígenas de la capital de Amazonas que aún sufren los grandes impactos de la pandemia Covid-19. Con esta acción social y misionera, la diaconía anglicana en Manaus pudo contemplar familias de cinco (5) comunidades indígenas de diferentes etnias: Asociación de Mujeres Indígenas del Alto Río Negro, Wotchimaücü (Tykuna), Parque Tribal (Tarumã), Comunidad Indígena Tarumã-Açú (Aldeia Gavião y Aldeia Yupurangá) y algunas familias indígenas que habitan la región de Rio Cuieiras. La misión anglicana en la Amazonía implica el servicio de la fe y la promoción de la justicia; nunca uno sin el otro. La gente necesita comida, alojamiento, amor, verdad, relaciones, significado para sus vidas, promesa, esperanza. Los seres humanos necesitan un futuro en el que puedan garantizar su plena dignidad. Esto ya está en el corazón de la misión de Cristo, una misión que, como fue particularmente evidente en Su ministerio de curación, fue siempre más que física. Nuestra misión de anglicanas y anglicanos en el corazón del Amazonas encuentra su inspiración en este ministerio de Jesús. Siguiendo a Jesús, nos sentimos llamadas y llamados no solo a llevar ayuda directa a las personas que sufren, sino también a restaurar la integridad de las

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