En estos días, el Evangelio de Mateo trata de algo muy práctico en la vida espiritual de las personas que se dicen seguidoras de Jesucristo: ¿qué hacer cuando tu prójimo tiene alguna necesidad? ¿Ayudas? Si ayudas, ¿cómo lo haces? ¿Eres una persona práctica que de hecho busca resolver la necesidad en ese momento? ¿O eres del tipo que responsabiliza al gobierno, o al sistema económico, o incluso a la misma persona necesitada? ¿O eres una de esas personas que atribuyen el problema a Dios, que ha predestinado a unos pocos elegidos para ser prósperos y a otros para vivir en la miseria? Aquel discurso sobre lo que dice Mt 26:11: “Siempre tendrán a los pobres entre ustedes.” Lo importante es que nos tomemos un momento para reflexionar sobre las razones de nuestras respuestas, porque sin duda tendrá algo que decir sobre qué hacemos con nuestras posesiones.
El arzobispo católico de Olinda y Recife, Don Helder Câmara, solía decir: “Si doy pan a los pobres, todos me llaman santo. Si muestro por qué los pobres no tienen pan, me llaman comunista y subversivo.” El contexto de este pasaje contempla algunos versículos anteriores del capítulo 14 de Mateo: la muerte de Juan el Bautista. Juan muere porque era un profeta, y como sabemos un profeta es una especie de conciencia viva de la justicia de Dios. Juan criticó duramente al Rey y por eso fue arrestado.
En el famoso banquete de Herodes veremos la macabra escena de su hijastra Herodías pidiendo la cabeza de Juan el Bautista en una bandeja. Jesús es advertido por sus discípulos. Jesús está, por supuesto, triste por el asesinato de Juan; se retira de la ciudad y se va a un lugar desértico. La multitud de seguidores de Jesús deja la ciudad y va en busca de él al desierto. ¡La multitud quiere a Jesús! ¡Quiere curarse! Jesús tiene compasión y la acoge. La noche amenaza con caer, y surge un problema planteado por los discípulos a Jesús: ¿qué hacer con la multitud hambrienta que sale de sus ciudades en busca del “Pan del Cielo”? ¿No es mejor dispersar a la multitud para que se vuelva?
Jesús responde con la Buena Nueva, ¡el Evangelio! Jesús, en este contexto, no espiritualiza la cuestión del hambre, ni le echa la culpa al Rey. ¿De qué serviría hablar de las cosas de Dios a la gente hambrienta? En ese momento, Jesús muestra que la respuesta al problema en ese momento es la solidaridad: “Denles ustedes mismos de comer”. Pero los discípulos son muy parecidos a nosotros, y buscan excusas para no resolver el problema: “Tenemos aquí cinco panes y dos peces”. ¡No traen una solución! Jesús no se intimida con las respuestas de los discípulos y les pide que traigan lo que tienen. La multitud es llamada inmediatamente para organizarse; algo que a menudo no es fácil de hacer. A partir de ese momento vemos un pasaje que dice: …“tomó los panes y los peces, dio gracias y se los dio a sus discípulos”. ¿Ese pasaje nos recuerda algo? Por supuesto, ¡nos acordamos de la Santa Comunión! Hoy en día espiritualizamos tanto la comunión que borramos su verdadero sentido, ligado a la presencia de Jesús en donde compartimos lo que tenemos.
El texto dice que todos comieron y se saciaron. Sobraron 12 canastos llenos, lo que es una clara referencia a las 12 tribus de Israel, que al final representan al Pueblo de Dios. ¡Este pueblo siempre será saciado por Dios! Jesús responde al macabro banquete de la corte del Rey Herodes con el banquete del Reino de Dios.
Una noticia me llamó la atención en el pasado 27 de julio, cuando Oxfam publicó el informe “¿Quién paga la cuenta? – Grabar la riqueza para hacer frente a la crisis del Covid-19 en América Latina y el Caribe”. La conclusión fue: “Los multimillonarios de América Latina y el Caribe aumentaron sus fortunas en 48.200 millones de dólares durante la pandemia, mientras que la mayor parte de la población perdió empleos e ingresos”. Y más: Esto equivale a un tercio de los recursos totales previstos en los paquetes de estímulos económicos adoptados por todos los países de la región. Brasil tiene a 42 de estos multimillonarios que, en conjunto, han visto incrementadas sus fortunas en 34.000 millones de dólares. Su patrimonio neto aumentó de 123.100 millones de dólares en marzo a 157.100 millones en julio. Las cifras anteriores se basan en la lista de multimillonarios de Forbes publicada este año y en la clasificación de multimillonarios en tiempo real de Forbes.
Según Katia Maia, Directora Ejecutiva de OXFAM en Brasil: “Los datos son aterradores. Ver a un pequeño grupo de millonarios lucrar más que nunca en una de las regiones más desiguales del mundo es una bofetada en la cara de la sociedad que, tanto en Brasil como en otros países de América Latina y el Caribe, está luchando con todas sus fuerzas para mantener la cabeza fuera del agua”; y afirma Katia Maia: “Ya es hora de que la élite brasileña contribuya renunciando a sus privilegios y pagando más y mejores impuestos.”
Ahora de nuevo pregunto: si somos seguidores/as de Jesús, ¿cómo vemos noticias como esa? ¿Qué clase de respuestas podemos dar como personas que se consideran espirituales? ¡Jesús afirma que las respuestas están en nosotros! No seamos gente necia, justificando la desigualdad social como algo que es voluntad de Dios… En verdad es la voluntad del hombre… es un acto voluntario de unas pocas personas. Podemos ser mejores que eso… La utopía de la igualdad parece un sueño absurdo, pero es preferible la utopía de la igualdad que el frío realismo de la lápida justificativa de la desigualdad social. Debemos traer lo que tenemos, no sólo los panes y los peces, sino todo el conocimiento que poseemos, todos los dones que Dios nos ha dado, para ponerlos al servicio de las personas cercanas que más nos necesitan.
Debemos inspirarnos en el profeta Segundo Isaías 55: ¡Todos los que tengan sed, acérquense al agua! ¿No tienen dinero? ¡Vengan de todas formas, compren y coman! Vengan, compren vino, compren leche. Y sin dinero: ¡todo es gratis! ¿Por qué gastan dinero en comida mala, su dinero ganado con tanto sacrificio? Escuchen bien: coman lo bueno y lo mejor, llenen su plato sólo con comida de calidad.
Hagamos de este texto del profeta nuestra oración diaria para que un día, quizás, seamos dignos/as de ser llamados/as discípulos y discípulas de Jesucristo. ¡Que anunciemos con intrepidez el mensaje de la Buena Nueva a las multitudes que buscan esperanza en nuestras iglesias!
Escrito por Reverendo Arthur P. Cavalcante, teólogo con maestría en Ciencias de la Religión, rector de la Parroquia de la Santísima Trinidad, Diócesis Anglicana de São Paulo, Brasil. Traducción al español: Maria M. Delgado